
Noventa minutos restaban para saborear la gloria o para escribir un nuevo capítulo triste y amargo en la historia malaguista. Esos motivos desesperanzadores quedaron aparcados por los aficionados que, una vez más, poblaban las gradas de La Rosaleda para darle un último aliento a su equipo. Y tras el pitido inicial, la suerte quedó echada.
Y esa suerte acompañó al Málaga en el momento más importante de una temporada recordada por los infortunios: continuas lesiones de los integrantes de la plantilla, numerosas y lamentables actuaciones arbitrales, malos planteamientos del entrenador, fallos clamorosos ante la portería rival...
Un gol de Duda a los nueve minutos hacía derramar las primeras lágrimas en la parroquia malaguista. Además, los resultados favorecían sus intereses y la tan ansiada permanencia ya no se divisaba desde la lejanía. Pero, al comienzo de la segunda parte, Van der Vaart igualó el marcador y provocó el temor en la grada: otro tanto del Real Madrid o uno del Tenerife descendía al Málaga.
Los transistores echaban humo. Cada portador transmitía a sus cercanos el carrusel de resultados en los demás encuentros. El Racing cumplía con los pronósticos derrotando al Sporting; el Valladolid estaba siendo vapuleado en su visita al Camp Nou; el Xerez era incapaz de conseguir los tres puntos ante un Osasuna que no se jugaba nada, y el Tenerife no pasaba del empate en Mestalla.
Los minutos transcurrían, el Real Madrid buscaba la victoria, Munúa desbarataba cualquier ocasión y el tiempo reglamentario comenzaba a llegar a su fin. Y fue, entonces, cuando llegó la noticia esperada: un ex malaguista, Alexis, adelantaba al Valencia.
La Rosaleda se inundó de sentimientos, emociones; rebosaba la alegría por cualquier esquina del recinto; amigos, familiares, malaguistas se enfundaban en abrazos eternos... y al unísono retumbó el cántico soñado: ¡MÁLAGA ES DE PRIMERA!
