No pudo ser. El resultado de la ida pesó demasiado en la losa malaguista, que cayó derrotado por un abultado marcador culpa del infortunio y de, una vez más, la nefasta actuación del árbitro.
Con tres de los cuatro fichajes en liza, el Málaga se presentaba ante su público dispuesto a adelantarles el regalo de Reyes y brindarles el pase a la siguiente ronda de la Copa del Rey. Para ello, había que remontar los dos goles de diferencia que cosechó en contra en el encuentro de ida.
Pero ante la mala suerte, que se cebó de nuevo con el conjunto entrenado por Pellegrini, y la labor del árbitro, que por enésima vez perjudicó al equipo, poco se puede hacer.
Tras una primera parte de dominio malaguista, llegó la debacle. El Sevilla, que dejó en evidencia sus limitaciones y demostró el porqué de su puesto actual en la tabla clasificatoria, se alió con la fortuna y consiguió adelantarse en el luminoso. Romaric, desde una posición lejana, ejecutó un disparo que se adentró en la portería defendida por Asenjo, después de rebotar el esférico en Baha (incomprensible su continuidad en el equipo).
Jarro de agua fría al que el Málaga pronto se hubiera repuesto si el árbitro impartiese la justicia que se le supone sobre el terreno de juego. Un claro penalti no señalado por el trencilla se interpuso en la reacción local, privando al conjunto malacitano de recortar distancias en el marcador y de luchar por obtener la renta necesaria para acceder a la siguiente fase copera.
Diluido el sueño de la Copa, toca centrarse en el campeonato liguero y cosechar, cuanto antes, el principal cometido en esta temporada, la permanencia.