
La irregularidad patente no invita al optimismo, aunque tampoco es sinónimo de pesimismo. Continuamente, se pasa de la euforia a la decepción, de la decepción a la euforia. No hay término medio. No hay una dinámica positiva constante. Pero tampoco existe un descalabro, una disposición irreversible.
Ocho finales restan, ocho razones para creer en la salvación, en certificar una permanencia que suponga el prólogo de una historia con tintes esperanzadores, ilusionantes, gloriosos.